75 Aniversario del Nazareno

Un Viacrucis para la historia

Porque así fuera aprobado en el cabildo extraordinario de hermanos, la archicofradía elevó la oportuna solicitud al ente agrupacional para que el Dulce Nombre de Jesús Nazareno de Paso, -como titular cristífero- presidiera como imagen de culto externo el vía crucis de la cuaresma; lo que sabia y atinadamente la Agrupación de Cofradías y Hermandades de Semana Santa de Málaga tuvo a bien conceder; y porque allí estuve, desde el primer momento me dio la sensación de asistir a una secuencia de estampas antiguas que se iban a cada instante Y desplegándose a pesar de encontrarnos en pleno siglo XXI. 

Una procesión de antorchas, por música una jaculatoria rezada, silencio e incienso, y todo ello, al abrigo del metrónomo que los tambores destemplados proporcionaron. Llegaba tarde al encuentro, y no obstante, mi hueco en las andas me esperaba, y así, junto a mis hermanos, lo llevé, siendo que la memoria del pasado se hizo presente y vigente realidad, y todo ello, para que los archicofrades y ante la feligresía malagueña, promocionáramos a la más humana de las improntas de Dios que ya marchaba hacia el mismo cadalso, pretendiendo cruzar el río de la ciudad, ese Guadalmedina del que Antonio Cánovas del Castillo tanto presumía en Castilla, diciendo que el río de su tierra había que regarlo para barrerlo por el verano.

Ese mismo río que ‘El Moreno’ ya conociera como stand feriante para el intercambio de ganado y adornado con la algarabía de niños descalzos, que jugaban a pegar muletazos de ensueño en imaginarias tardes de triunfo en una reciente Malagueta. A la altura de su capilla callejera, despedimos a su albinegra Madre de los Dolores y siguiendo los designios del oráculo de la Historia, trazamos la maniobra precisa para atravesar el puente, ese que por los alemanes nos fuera regalado desde la Germania y desde allí, y casi de reojo, confrontar la neoclásica impronta que Mariano Benlliure proporcionara, a su antecesora y barroquísima imagen del antiguo Dulce Nombre de Jesús, semblanza que la centenaria azulejería dominicana sigue anunciando allende el reloj y los tiempos. 

En tanto marchaba bajo las humildes andas, a la memoria me alcanzó, breve pero intenso, el pasado inmediato, cuando de adolescentes, trasladábamos al Dulce Nazareno y a su Madre, salvando el angosto dintel del convento parroquia de Santo Domingo de Guzmán, hasta el así llamado entonces, almacén de tronos, y todo ello, previo oportuno repaso a tantas calles y callejones de aquel Perchel, hoy inexistente, y que las crecidas del río, transformaba en lodazales de caos y hambre. 

El Dulce Nombre de Jesús Nazareno del Paso, en el interior de la Catedral
El Dulce Nombre de Jesús Nazareno del Paso, en el interior de la Catedral

Como sin querer, y a paso corto, íbamos abandonando el barrio, adentrándonos en el intricado de callejas de vuelta y revuelta, que hasta la feligresía e iglesia de San Juan, nos regalaban situaciones tan únicas y especiales como contemplar al Dulce Nazareno a los pies de la cruz heráldica y griega que culmina con el datado campanario, para seguir camino adelante hasta el preciso instante en que la tiniebla y la negrura se desvanecieran, cuando el chirriar de los goznes de la puerta de la iglesia-hospital de San Julián, preavisaran de la luz, que a chorros inundaba la calle Nosquera, momento en el que habríamos de despedirnos del Señor y volver desde la calle la vista, como quien se despide de los hijos que al custodio confía. 

Sale el Nazareno del Paso de la Catedral
Sale el Nazareno del Paso de la Catedral

Nunca imaginaría la orden de San Juan de Dios, fundadora de la Hermandad de la Santa Caridad que al secular hospital, que proporcionó a pobres y mendigos la asistencia y hospedaje, a la vuelta de los siglos fuera a llegar el Hijo de Dios, la más serena de sus imágenes, para pedir la posada en el peregrinaje, parar y ampararse, y desde una nueva sede y en la estrenada casa, velar las armas ante el nuevo reto: el tomar el camino de la cruz, recorriéndolo en la primera de sus moradas, la Santa Iglesia Catedral Basílica de la Encarnación. Hasta allí, el camino se me hizo corto, resultando un salto secular al rito preconciliar y que por envolvente y amirrado incienso se colmaba en sus arabescos hasta esconderse, la misma torre mocha. Y es que toda la ciudad quedaba aromatizada al paso del Verbo el que sin duda provocaba el recogimiento de cuantos acudieron, arrobados siempre ante la serena y humilde imagen de Dios que por vez primera fuera albergada por las bóvedas pétreas y catedralicias, las que jamás pudieron acoger, tanta grandeza y divinidad hecha madera, carne y viceversa, aquella llamada madera de Flandes, y que jamás soñaría don Mariano que culminara en el milagro anual de la bendición en la plaza de las Cuatro Calles, hoy de la Constitución. 

Con la hora apuntada, monaguillos, turiferarios, mayordomía, hombres de trono, candelas, navetas y penitentes archicofrades de severo solemne, por no decir de casi ‘taurino catafalco’, iban construyendo un fraternal altar de insignias y voluntades en torno al Señor del Paso, el que aún más pobre, más humilde, más penitencial, más penitente y hasta más humano que en la jornada anterior, fue entronizado sobre la plata de la andadura con una cuádruple escolta de faroles que suplieran y dieran descanso a los barrigudos niños ‘polacos’ de siempre; y al son de la marcha de Benjamín Esparza, iniciar el devenir hacia la Seo, donde el tiempo se paralizó para todos los del cíngulo que ciñiese la talar túnica al humanísimo Nazareno del Paso.

Perfil de la Imagen
Perfil de la Imagen
La espalda del Nazareno del Paso
La espalda del Nazareno del Paso

La noche se hacía más noche y siempre plena de vahos e inciensos, y si bien no sería aquella noche de febrero la de la tradición del romero y bendición, como tampoco la del bálsamo de alegría verde que la procesión de María Santísima de la Esperanza nos trae, amortiguando todo rictus de tristeza y severidad, en aquella noche procedió la extrema sobriedad que fuera para con ella, así conmemorar que son ya setenta y cinco las primaveras que Él vive como carne entre nosotros, por lo que ya se esperarían las también centenarias y verdes bóvedas de la Alameda para retranquear sus ramas, caballetes y cuadernas a fin de acoger tantísima divinidad y grandeza, pues para eso solo hubo que dejar pasar el invierno para que inminente irrumpiera la primavera.

Diera la impresión, que tras la severísima pauta del procesionar a los nada acostumbrados sones una capilla rituaria de oboes y clarinetes, todo resultó a la postre como ha de ser, o al menos como se nos acostumbra por nuestro rito y estilo. Allí estuve, así lo vi y sentí. Salía el Señor del Paso con humanizado y humilde hábito penitente al Patio de los Naranjos, y al punto, la mejor de las bandas de cornetas y tambores, que por simpar formada y ataviada la elevo al grado del generalato, fue la que hizo sonar con denuedo y sin cansancio, las mejores de las sinfonías, y así una tras otra, sin intermezzo alguno para que el Hijo de la niña morena y verde de la Esperanza, retomara y conquistara a toda aquella Málaga, que bien sabe de lo nuestro y que sin duda, nunca se cansó por acompañar al Cordero Divino hasta bien entrada la noche y la madrugada, cuando volvíamos a la casa de la forma aprendida y acostumbrada, sin que pudiera ser de otra manera, a paso corto, muy corto, sin más pretensión que la obvia, dar al Rey de los reyes el camino adecuado y tan dulce como su Nombre, devolviéndonos la quintaesencia de las tradiciones de todo pueblo sabio y antiguo, que aunque a veces puede perder los referentes, cada noche del Jueves Santo, como también la de aquel viernes, veinte de febrero, y con motivo del vía crucis agrupacional de cuaresma, supo recuperarlos y con ello, celebrar el heptagésimoquinto aniversario del Señor, o como todos decimos de nuestro Cristo, con nosotros. Setenta y cinco abriles, ahí es nada.

Juan Muñoz Solano

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