Por Lorenzo de Zafra.
Pocas cosas me entretienen más que la atenta observación de una antigua fotografía cofrade. Porque ellas, como todos los documentos, nos hablan y, a poco que las interpelemos, acaban contándonos bastantes más cosas de las que vio su autor al abrir el diafragma de la cámara.
Me refiero hoy, en esta excelente iniciativa de “Revista de verano”, a esta añeja toma que me intrigó desde la primera vez que la vi en 1987, cuando Agustín Clavijo la publicó en el segundo tomo de la famosa Enciclopedia de Arguval, obra que tantas vocaciones cofrades despertó en su tiempo.
¿Qué diantres era esa extraña insignia –una cruz sobre algo- que va (que iba) en el cortejo de la Virgen de la Esperanza en las primeras décadas del siglo XX? La mala calidad y el poco tamaño de la fotografía me impedían responderme a mí mismo con claridad.
Recientemente, la publicación por @nosoloalameda en su conocido blog “Historias de la Semana Santa de Málaga”, de un artículo relativo a la Banda de Bomberos en el siglo XIX, y la alusión en ese trabajo a una crónica del “Avisador Malagueño” sobre la procesión de la Hermandad de la Concepción Dolorosa el Martes Santo de 1893 donde se dice que allí iba, tras el trono de San Juan Evangelista, “el signo redentor de la Santísima Cruz, con sus bandas blancas, y peana con adornos”, me encendió la luz de alerta al cabo de los años y volví a interrogar a aquella imagen que tanto –y tan en vano- había reclamado mi atención.
Recurrí entonces a nuestro archivista (así se llamaba con toda propiedad, así se debería seguir llamando, el archivero en nuestra Cofradía) y Alberto Salinas, que es de los que guarda para cuando no hay, me pasó una copia de mucha más calidad y resolución. Aquello podía ser, efectivamente, en nuestra propia procesión, 29 años después, el signo de la Santísima Cruz sobre una peana con adornos.
Tengo la casi absoluta seguridad, por razones que ahora no hacen al caso, de que la foto se tomó el Viernes Santo de 1922 en el lateral norte de la Alameda. El trono de la Virgen se encuentra a la altura de la calle (más bien callejón) Comisario y el fotógrafo está en un balcón de la casa que ya hace esquina a Puerta del Mar.
La procesión, ordenada, va de vuelta hacia Santo Domingo, entre muy poca gente porque la amanecida, debían ser las 6,30 o las 7 de la mañana, es la peor hora de la madrugada. El público nocturno se ha ido ya a recogerse tras el paso por la calle Larios y el diurno se está levantando en ese momento para presenciar la vuelta por el Perchel y el encierro en el Pasillo. Esta es precisamente la razón por la que la junta de gobierno retrasó, en los años siguientes, el paso de vuelta por la calle Larios a las 9 de la mañana, consiguiendo, como prueban numerosos testimonios gráficos de la época, que la procesión volviera arropada por la Alameda por una verdadera multitud que la acompañaba hasta su recogida. Para ello hubo de inventarse la famosa parada en la Plaza de la Merced, sobre la que más vale no hablar.
“Van las colas empapando los lagrimones de cera…” decía con toda propiedad el poeta y cofrade Pepe Carlos de Luna (que iba ahí) y los penitentes arrastran las suyas en dos largas filas entre las que va la cruz que nos ocupa, el estandarte, los mayordomos y, conforme a la tradición perdida, el propio trono (que alumbraban con su hachones los nazarenos). También, todo hay que decirlo, va algún que otro medallero.
Se aprecia en la fotografía sobre unas pequeñas andas, que con toda propiedad pueden ser calificadas de peana como hace el gacetillero de “El Avisador Malagueño”, una cruz de sección cilíndrica de un material brillante. Las andas, en ese momento detenidas, llevan un faldón que oculta las patas y la cruz se alza sobre un plano inclinado en el que una tela oscura entreabierta deja ver algo pintado sobre un fondo claro: ¿un blasón?… ¿una empresa barroca?… ¿una Santa Faz?… la ampliación distorsiona inevitablemente la imagen y no podemos en este punto pronunciarnos. El conjunto parece ser portado por cuatro nazarenos, algunos de los cuales están apoyados en los exiguos varales (permitidme que no los llame maniguetas).
Todo eso nos suena ya a paso alegórico, quizás venido a menos y todo lo que se quiera, pero es indudable que la escena remite a un vestigio de aquellos aparatos del barroco en los que no se procesionaba ninguna escena concreta de la Pasión de Cristo, sino un artificio, en este caso el Triunfo de la Cruz, con su carga simbólica, alegórica y plástica.
Mi amigo Manolo Fernández, historiador y experto en arqueología cofrade, no sólo vino a confirmarme que se trata de la cruz del sudario o “Cruz de la Toalla” (vocablo este por el que se entendía en el pasado cualquier lienzo) procesionada en el pasado por la generalidad de las cofradías, sino que, además, pervive en la Semana Santa de Casabermeja dónde sale cada año sobre una parihuela semejante, recientemente restaurada en su policromía original.
En su autorizada opinión estas cruces eran siempre resplandecientes al simbolizar la Resurrección del Señor, proclamada con anticipación, como un acto colectivo de fe, en los primeros días del Triduo Sacro.
Este dato de la apariencia resplandeciente, que nos confirma que se trataba de esa misma alegoría en nuestra procesión, está, además, respaldado documentalmente. Tras la quema de conventos en mayo de 1931, tanto el Obispado de Málaga como la Agrupación de Cofradías, pidieron a cada una de las hermandades afectadas, la práctica totalidad de las de la ciudad, un inventario detallado y valorado de las pérdidas sufridas en muebles e inmuebles de su patrimonio. Y en ese documento remitido entonces por nuestra Archicofradía, figura “la cruz de espejos” valorada en 1.5oo pesetas de la época, entre los enseres procesionales perdidos en el incendio y saqueo de la Parroquia de Santo Domingo.
Cuando, con carácter recurrente, aflora el debate sobre la renovación de la procesión e introducción de elementos nuevos en la misma, siempre he pensado que deberíamos beber en nuestro propio pozo y volver a nuestra misma historia donde, hace menos de 100 años, desaparecieron cosas que, no solamente lucían sino que, sobre todo, significaban. El palio de respeto, el estandarte real (mal llamado pendón morado de Castilla), los tenantes o esta cruz de la toalla son buenos ejemplos de ello.
Lorenzo de Zafra