Homilía, 2° día de triduo: “Aprovechar este tiempo para morir a todo lo que nos separa de Dios y del hermano”


Señor hermano Mayor, miembros de la Junta de Gobierno y fieles todos en el Dulce Nombre de Jesús Nazareno del Paso y María Santísima de la Esperanza Coronada.
Comenzábamos ayer este triduo en honor a nuestro Sagrado Titular y lo hacíamos recordando cómo hemos de vaciarnos de nosotros mismos en este tiempo que se nos brinda, para, poco a poco, irnos llenando de Dios, de su mensaje, de su Vida. Aprovechar este tiempo para morir a todo lo que nos separa de Dios y del hermano, y, desde la confianza en el Señor, que nos mira desde su bendita imagen y de forma real desde el Sagrario donde habita en la forma de Pan Eucarístico, caminar por las sendas de nuestra vida haciendo presente su amor, su esperanza, su alegría, en definitiva…su Vida; cogiendo nuestra Cruz de cada día y siguiéndolo confiados en su presencia que nos sostiene.
Las lecturas de este día profundizan en otro aspecto de este seguimiento en el tiempo de Cuaresma: El Ayuno. La denuncia de Isaías contra un ayuno mal entendido es enérgica. El pueblo de Israel cree poder aplacar a Dios y reparar sus pecados con un ayuno que el profeta tacha de falso e hipócrita, porque la abstinencia de alimentos no va acompañada de lo prioritario que hemos de buscar con ese ayuno: la justicia, la misericordia, el amor. Nos dice el profeta que “el día del ayuno buscáis vuestro interés…ayunáis entre riñas y disputas”. El ayuno se queda en unos formalismos exteriores -movéis la cabeza como un junco, …os acostáis sobre saco y ceniza- pero sin una verdadera conversión del corazón.
Pero ¿Qué quiere Dios el día del ayuno? Nos lo dice el mismo Isaías, -abrir las prisiones injustas…partir el pan con el hambriento…no cerrarte a tu propia carne (a tu familia)- y no es más que una transformación del corazón. El ayuno exterior tiene que ser reflejo de la transformación interior, porque el ayuno sin amor vale poco.
Cuando leemos el evangelio nos puede resultar sorprendente la actitud de Jesús ante el ayuno. En primera instancia parece que lo relativiza, pero ante la pregunta de los discípulos de Juan, Jesús que había ayunado 40 días en el desierto responde: “¿Es que pueden guardar luto los amigos del novio mientras el novio está con ellos?” Lo mismo que en nuestras bodas, en tiempos de Jesús tampoco se estilaba ayunar en la celebración, y en este caso, Jesús es el novio de los esponsales de Dios con su nuevo pueblo y con la nueva humanidad de los tiempos mesiánicos.
Aun así, nos anuncia: “Llegará el día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán”.
Tampoco nosotros hemos de conformarnos con un ayuno -o unas prácticas cuaresmales- meramente externos. Sería muy superficial que quedáramos satisfechos por haber cumplido una serie de normas que nos marca la cuaresma: en color del vestido en las celebraciones eucarísticas; la supresión del gloria y del aleluya, las pequeñas privaciones en los alimentos…y no profundizáramos en lo más importante, de lo que estos ritos exteriores quieren ser signo y recordatorio.
El ayuno, por ejemplo, debería conducir a una apertura mayor para con los demás. Ayunar para poder dar a los más pobres. Si la falta de caridad continúa, si la injusticia está presente en nuestro modo de actuar con los demás, poco puede agradar a Dios nuestro ayuno y nuestra cuaresma.
La lista de “obras de misericordia” que recuerda Isaías tiene plena actualidad para nosotros: el ayuno cuaresmal debe ir unido a la caridad, a la justicia, a la ayuda concreta a los más marginados. Todavía más en concreto: “no cerrarte a tu propia carne”, o sea, a los miembros de nuestra familia, de nuestra archicofradía, que son los que en ocasiones más nos cuesta aceptar porque son los que están más cerca.
Nuestro ayuno cuaresmal no es signo de tristeza. Tenemos al Novio entre nosotros: el Señor Resucitado, en quien creemos, a quien seguimos, a quien recibimos en cada Eucaristía, a quien festejamos en cada Pascua. Nuestra vida cristiana debe estar claramente teñida de alegría, de visión positiva y pascual de los acontecimientos y de las personas. Porque estamos con Jesús, el Novio.
Pero a la vez esta presencia no es transparente del todo. Al Señor nos lo encontramos de forma real, sacramental cada vez que celebramos la Eucaristía, en el Pan y el Vino que son su Cuerpo y su Sangre, pero cada día seguimos diciendo “ven Señor Jesús”. Ansiamos su última venida. Pero esta espera del Señor tiene sus exigencias. Las muchachas que esperaban al Novio tenían la obligación de mantener sus lámparas provistas de aceite, y los invitados al banquete de bodas, de ir vestidos como requería la ocasión.
Por eso tiene sentido el ayuno. Un ayuno de preparación, de reorientación continuada de nuestra vida. Un ayuno que significa relativizar muchas cosas secundarias para no distraernos. Un ayuno serio, aunque no triste.
Nos viene bien a todos ayunar: privarnos voluntariamente de algo lícito, pero no necesario, válido pero relativo. Eso nos puede abrir más a Dios, a la Pascua de Jesús, y también a la caridad con los demás. Porque ayunar es ejercitar el autocontrol, no centrarnos en nosotros mismos, relativizar nuestras apetencias para dar mayor cabida en nuestra existencia a Dios y al prójimo.
Como decía un prefacio de Cuaresmo del antiguo misal: “con nuestras privaciones voluntarias (las prácticas cuaresmales) nos enseñas a reconocer y agradecer tus dones (apertura a Dios), a dominar nuestro afán de suficiencia (autocontrol) y a repartir nuestros bienes con los necesitados, imitando así tu generosidad (caridad con el prójimo)”.
Muchos ayunan por prescripción médica, para guardar la línea o evitar el colesterol. Los cristianos somos invitados a ejercitar el ayuno para aligerar nuestro espíritu, para no quedar embotados con tantas cosas, para sintonizar mejor con el Nazareno del Paso, que camina hacia la cruz y también con tantas personas que no tienen lo suficiente para vivir con dignidad.
El ayuno nos hace más libres. Nos ofrece la ocasión de poder decir “no” a la sociedad de consumo en que estamos sumergidos y que continuamente nos invita a más y más gastos para satisfacer necesidades que nos creamos nosotros mismos.
No es un ayuno autosuficiente y meramente de fachada. No es un ayuno triste. Pero sí debe ser un ayuno serio y significativo: saberse negar a la carne cuando esté mandado, pero no sólo; podemos buscar otras negaciones que nos ayuden a crecer, como signo de que queremos ayunar sobre todo de egoísmo, de sensualidad, de apetencias de poder y orgullo y de consumismo.
Nos encontramos esta tarde celebrando la Eucaristía; nos encontramos en el marco incomparable de esta Basílica a los pies del Nazareno del Paso y bajo la atenta mirada de María Santísima de la Esperanza. Podríamos plantearnos esta tarde como vivimos nuestro ayuno. Qué estamos dispuestos a hacer, en el sentido de la apertura a Dios, del autocontrol y la caridad, para mostrar al mundo y mostrar al Señor que nos estamos vistiendo con los trajes de fiesta para cuando Él venga. Qué actitudes hemos de purificar en nuestra vida para que nuestro ayuno sea en realidad un signo de la transformación del corazón y no un simple gesto tradicional en nuestra vida.
Que le pidamos esta tarde al Nazareno del Paso que sea su Madre, reina de Esperanza, la que nos guíe y enseñe en la cotidianidad de nuestra vida que sin sacrificio no hay superación, que sin cruz no hay resurrección y que, sin llenar nuestro corazón de la presencia sanadora y transformadora del Espíritu Santo, no tendremos sitio en la fiesta que Él mismo nos ofrece. Que así sea.

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