LA BASÍLICA ABRE SUS PUERTAS A LAS 10 HORAS DEL 3 DE ENERO. EL DULCE NOMBRE DE JESÚS NAZARENO DEL PASO ESTARÁ EXPUESTO EN DEVOTO BESAPIÉ DURANTE TODA LA JORNADA DE MANERA ININTERRUMPIDA. LA FUNCIÓN PRINCIPAL SE CELEBRARÁ A LAS 20 HORAS.
ANDRÉS GARCÍA INFANTE, VOCAL DE FORMACIÓN, NOS HABLA SOBRE LA ONOMÁSTICA DE NUESTRO SAGRADO TITULAR
Por eso Dios lo exaltó y le concedió un nombre superior a todo nombre, para que, ante el nombre de Jesús, toda rodilla se doble, en el cielo, la tierra y el abismo; y toda lengua confiese para gloria de Dios Padre: ¡Jesucristo es Señor! (Filipenses 2, 9-12.)
En nuestra Archicofradía nos disponemos a celebrar, junto a toda la Iglesia, la festividad del Dulce Nombre de Jesús, nuestro Sagrado Titular. Por ello considero oportuno que reflexionemos juntos, siquiera brevemente, sobre el sentido de esta festividad.
El nombre de Jesús, que significa “Yahvé salva”, era un nombre común en el judaísmo del s.I. Con todo, este nombre cobrará su verdadero sentido en la figura concreta de Jesús de Nazaret, por cuanto él es verdaderamente la fuerza salvadora de Dios. Tan es así, que el nombre del Hijo de María será impuesto desde lo alto: “mira, concebirás y darás a luz un hijo, a quien llamarás Jesús” (Lc 1,31).
Los primeros cristianos, como podemos apreciar en el fragmento de la carta de Pablo a los Filipenses con las que he comenzado este escrito, celebraron y veneraron desde los primeros siglos el santo nombre de Jesús. Sin embargo, no fue hasta el año 1530 cuando se instituyó como fiesta litúrgica por el papa Clemente VII, como oficio propio de la Orden Franciscana. Posteriormente, en el año 1721 el papa Inocencio VI la estableció como fiesta para toda la Iglesia el segundo domingo después de la Epifanía. Tras el pontificado de Pío X se celebró el día 2 de enero y, en la actualidad, la Iglesia lo celebra el día 3 de enero.
En cuanto a la propagación de la devoción del Dulce Nombre de Jesús, debemos señalar que fueron las órdenes religiosas –en primer lugar franciscanos y dominicos y, posteriormente, los jesuitas- los que se encargaron de difundirla entre el pueblo cristiano. Es verdaderamente conmovedor pensar que la sola invocación del nombre de Jesús –cuyo monograma es IHS, Iesus Hominum Salvator ,Jesús salvador de los hombres- ha proporcionado consuelo a un sinnúmero de seres humanos, sin distinción de ningún tipo: desde los arrieros de los caminos hasta a los reyes y emperadores[1].
En nuestro caso particular, sabemos que la fundación de una cofradía para la veneración del Dulce Nombre de Jesús en la ciudad de Málaga se debe a los Dominicos, posiblemente a mediados del s. XVI. Posteriormente, en 1641, la Hermandad de la Esperanza se fusiona con la del Dulce Nombre.
Después de esta ajustada síntesis histórica, me gustaría decir alguna palabra sobre el sentido teológico de esta fiesta, aunque algo haya apuntado ya.
Desde el mismo origen de la humanidad, hemos buscado entrar en contacto con la realidad divina; poner rostro al “Totalmente Otro”; atrapar con nuestras manos al inasible; poner nombre al que está por encima de toda sujeción categorial. Pero he aquí que, por la Encarnación, el Eterno ha entrado en el tiempo. Dios no se ha manifestado con un poder abrumador, sino en la fragilidad de un recién nacido al que se puede tomar en brazos, al que se puede nombrar. Por eso la festividad del Dulce Nombre es conveniente que sea celebrada en este tiempo de Navidad. De manera formidable recoge esto que quiero expresar Juan Manuel de Prada en un reciente artículo:
Chesterton afirmaba que en Navidad celebramos un trastorno del universo. Antes de que naciese Cristo, adorar a Dios significaba elevar los ojos a un cielo vertiginoso e inescrutable que nos sobrecogía con su inmensidad; desde que Cristo nace, adorar a Dios significa volver los ojos al suelo, incluso zambullir nuestra mirada en la oscuridad lóbrega de una cueva, para reparar en la fragilidad de un niño que gimotea entre las pajas. Las manos que habían modelado las estrellas se transforman, de repente, en unas manecitas diminutas; la grandeza inabarcable de Dios se torna la fragilidad de un niño recién nacido que se amamanta a los pechos de su Madre. Omnipotencia y desvalimiento, divinidad e infancia, que hasta entonces eran conceptos antípodas, se anudan, formando una amalgama única que desafía las leyes físicas.[2]
Así pues, en este Jesús que se nos entrega, contemplamos la imagen visible del Dios invisible. Él es el sacramento del Padre en el Espíritu; el rostro de la misericordia de Dios, al que tantos santos han dedicado alabanzas. Tal es el caso de san Bernardo de Claraval, el cual compuso en el s.XI el precioso himno Iesu dulcis memoria, del cual reproduzco un fragmento:
Nada se canta más suave,
nada se oye más alegre,
nada se piensa más dulce
que Jesús el Hijo de Dios.
En este mundo, anegado por tanta oscuridad, brilla la luz que nace en Belén, y que se propaga con sólo invocar con amor al Nombre más hermoso de todos cuantos existen: Jesús.
Así lo recoge un fragmento de la oración al Dulce Nombre compuesta por el santo franciscano Bernardino de Siena:
Este es aquel Santísimo Nombre anhelado por los patriarcas, esperado con ansiedad, pedido con gemidos de dolor, invocado con suspiros, requerido con lágrimas, donado al llegar la plenitud de la gracia.
Permítanme que acabe haciendo mías, como deseo para todos en este año que comienza, las palabras de la oración colecta de la misa de esta festividad:
Dios Padre Misericordioso, te pedimos que quienes veneramos el Santísimo Nombre de Jesús, podamos disfrutar en esta vida de la dulzura de su gracia y de su gozo eterno en el Cielo.
Andrés E. García Infante
Anexo:
[1]El gran emperador Carlos V las últimas palabras que pronunció en su lecho de muerte fue la exclamación ¡ay Jesús!
[2]http://www.xlsemanal.com/firmas/20161226/juan-manuel-de-prada-un-trastorno-del-universo.html