Estudio iconográfico y estilístico de María Santísima de La Esperanza
Estudio iconográfico
La Virgen de la Esperanza es una Dolorosa de candelero de evidente y manifiesta proyección devocional, lo que significa fundamentalmente que se trata de una escultura que tiene tallada únicamente el rostro y las manos, concebida con el fin primordial de provocar la devoción del fiel, expresando su tristeza de forma serena, sin gesticulaciones ni aspavientos, pero ampliamente reconocible por las lágrimas de cristal que surcan sus mejillas y el pañuelo de encaje que lleva en la mano (manípulo) para enjugar el llanto.
Al margen de estas dos principales consideraciones (Virgen Dolorosa – imagen devocional), quedan otras cuestiones secundarias y accesorias como pueden ser su valoración artística o su específica denominación de “Esperanza”, siempre contemplada dentro de la amplia gama de advocaciones marianas con que el pueblo malagueño ha sabido sabiamente alabar y piropear a las más antigua y hermosa de las mujeres que fue Corredentora con Cristo en la salvación de la humanidad a través de su Pasión y Muerte en la Cruz.
Sin duda alguna, sin un planteamiento general en torno a la imaginería procesionista del Barroco, difícilmente podríamos apreciar y valorar en su verdadera y exacta dimensión el estudio iconográfico de la Virgen de la Esperanza (imagen creada, como ya se ha reseñado, en torno al año 1641).
Concretándonos a sus características concretas y determinadas de Virgen Dolorosa, hay que indicar una vez más que se trata de una “escultura de candelero” con una altura total de 1,67 m, (la devanadera se sitúa a 1,10 m.), presentando una cabeza de tamaño natural de fina forma ovalada (20 cms. de altura y 10 cms. de anchura media), con un rostro (mascarilla) de delicado modelado y artística policromía, mientras que la parte trasera (zona craneal) aparece tan solo formalmente asiluetada (armazón osamental) para ser cubierto con peluca natural recogida en su parte posterior. Así mismo, las orejas están también talladas, aunque intencionadamente tratadas por el anónimo escultor del siglo XVII como “objetos anatómicos de bulto”, sin apenas detalle y policromía, con la intención de enmarcar mejor la caída del cabello natural, costumbre habitual en las imágenes religiosas de estas peculiaridades.
La posición de su cabeza es marcadamente frontal e inclinada levemente hacia adelante en un deseo de comunicación y diálogo con el fiel. Al mismo tiempo, su delicada cara, realzada por la elegancia plástica del cuello, es de profunda belleza -¡guapa! como con acierto y espontaneidad la piropea el sentir popular malagueño-, dejando bien conjugado con su gesto de pena y tristeza. En esta doble dicotomía de hermosura y dolor que también refleja el rostro de la Virgen de la Esperanza, indiscutiblemente si alguno de ellos sobresale, es el de su innata belleza femenina de joven adolescente (a nuestro juicio, de 18 a 20 años), hasta el punto de que su faz apenas está deformada por el dolor, concentrándose éste tan sólo en las lágrimas de cristal y boca entreabierta con la incipiente deformación de la comisura de sus labios.
Sus grandes ojos (postizos y de cristal) son de profundas pupilas negras, que realzan en gran parte su atractiva belleza, con la mirada un tanto absorta en la distancia inmensa de su soledad. El brillo del cristal amortiguado por las pestañas de pelo natural humaniza en gran medida su triste expresión, que alcanza su máximo grado y exteriorización con las lágrimas transparentes de cristal que al recorrer parte de la blandura de sus mejillas, adheridas a la encarnadura, dejan un visible surco de dolor (son un total de cinco lágrimas: tres en la mejilla derecha y dos en la izquierda). Sin duda alguna, este elemento complementario a lo escultórico, es el más significativo del dolor de la imagen de la Virgen de la Esperanza.
En este sentido cabe recordar aquí el comentario de Orozco Díaz en torno a los postizos de las lágrimas, aunque en su caso, aplicado a las Dolorosas barrocas de la escuela granadina (a la que, como es sabido, se vinculó en gran medida la ciudad de Málaga a través de la destacada figura de Pedro de Mena). Dice así:
“Se puede decir de estas Vírgenes granadinas que el único gesto hacia afuera, la única exteriorización de su dolor son las lágrimas: quizá lo que más hondo dice del dolor femenino.
Se trata de un recurso postizo, de algo que cae fuera de lo propiamente escultórico, y sin embargo, si secáramos el rostro de estas Vírgenes granadinas (en nuestro caso, el de la Virgen de la Esperanza de Málaga), le quitaríamos casi la mitad de su expresión. Por eso se agrisan y pierden cuando no se las ve de muy cerca: porque lo único que tienden hacia afuera desaparece. Son Vírgenes para mirarlas de cerca, a sus mismos pies, y contemplar el resbalar goteante de esas lágrimas brotando de unos ojos grandes, cuyo brillo oscila en la sombra suave de los párpados entornados”
Es por ello por lo que las lágrimas, más que elementos contrarios a la creación artística, forman un capítulo importante, que, en estrecha conexión con lo escultórico y pictórico, ayudan en gran modo a penetrar en el sentimiento y expresión de la imagen sagrada, como es el caso de la Virgen de la Esperanza.
Un elemento más de expresión de dolor lo constituye el pronunciado perfil y la disposición de sus cejas prolongadas hacia arriba en su extremidad interna, a través de un línea continua, con un leve arqueamiento en su fase final como consecuencia de un incipiente ceño fruncido apenas visible (en los testimonios fotográficos de los años veinte el repinte de sus cejas era evidente, con un arco bastante pronunciado a la vez que tosco en su trazado final de unión con la nariz, corrigiéndose en la restauración de 1938 y aún más en la de 1969 con acertadas pinceladas de sombra que suavizan el entorno de su largo recorrido).
Están ejecutadas a base de gruesas pinceladas en tono pardo oscuro, difuminándose hábilmente en algunos momentos con la elegante policromía de sus carnaciones.
La nariz, de buen dibujo y modelado, es fina y rectilínea sin apenas formar ángulo con la frente. Asimismo, la boca, de armonía equilibrada, permanece ligeramente entreabierta asomando entre sus blandos labios la fila de dientes tallados. La expresión es de suave tristeza al no presentar la boca manifiesta deformación anatómica (leve apuntamiento de la comisura de los labios hacia abajo), con elegantes labios carnosos en los que la específica policromía del claro bermellón se funde suavemente con la carnación del resto de la boca. Finalmente, el mentón o barbilla es de una gran delicadeza de ejecución por su blanda y femenina conformación oval, uniéndose en correcta anatomía al fino y elegante cuello (en gran parte restaurado por Luís Álvarez Duarte). Sin duda alguna, el detenido estudio de los rasgos anatómicos del rostro de la Virgen de la Esperanza (tan sólo desde una perspectiva escultórica y pictórica), nos lleva claramente a la deducción de que se trata de una Virgen Dolorosa donde se han cuidado más los elementos estéticos que trágicos, resultando por tanto una imagen de gran belleza y hermosura plástica en la que levemente se apunta un cierto sentimiento de dolor, más manifestado por algunos de sus postizos (lágrimas de cristal) que por la propia conformación anatómica de la talla.
La actuales manos de la Virgen de la Esperanza, talladas por Luis Álvarez Duarte en 1969, responden al mismo criterio gestual que las antiguas procesionadas desde el comienzo del presente siglo, es decir, abiertas y con los dedos excesivamente largos y flexionados en una abierta actitud coloquial, según es habitual en la Vírgenes Dolorosas de nuestras Cofradías y Hermandades de Pasión, respondiendo así a un manifiesto deseo de comunicación con el fiel y el hombre de la calle en general que presencia el paso de la procesión.
Aparece siempre en su mano derecha un artístico pañuelo de encaje o de seda. Es el denominado “manípulo” con que enjuga sus lágrimas la Corredentora, siendo como se ha dicho “la expresión paralela de la patena, en la que el sacerdote presenta la ofrenda del divino sacrificio al ser María la Virgen Oferente durante toda la Pasión: sufriendo profundamente con un Unigénito y asociándose a la inmolación de la Víctima por Ella engendrada.
En la mano izquierda suele llevar colgado el Santo Rosario, como muestra de la devoción de la Archicofradía a tan peculiar y popular piedad mariana, sin olvidar al mismo tiempo su entronque con la orden de los dominicos desde su fundación en 1641, entusiastas propagadores y misioneros del rezo del Santo Rosario por propio impulso de su fundador Santo Domingo de Guzmán.
Estudio estilístico
Tras habernos acercado a un minucioso estudio de cada uno de los rasgos anatómicos de la imagen de la Virgen de la Esperanza (concretados a su rostro y a sus manos), en necesario dejar bien claro que aún así no es total su descripción iconográfica, pues, como es sabido, no es sólo la madera policromada sino también el ropaje natural y los elementos de orfebrería que la envuelven (fundamentalmente corona y atributos específicos). Porque, según Sánchez del Arco, en la imagen procesionista, “no sólo es tallar, también hay que vestir al santo, y ésta es obra que requiere un gran tino”.
El anacronismo es fácil, y lo que es peor, el agrio colorín, el ridículo y la nota que produce la exclamación irreverente. No es sólo procesión de imágenes en talla policromada, en la que el artista que la concibió sabe bien cómo ha de terminar su obra. Hay que vestir la hechura dolorosa, la hechura de tristeza, completando con telas naturales (y elementos de orfebrería) la obra del escultor”. Sin duda alguna, la imagen de la Virgen de la Esperanza (como todas las “esculturas marianas de candelero” que conforman la Semana Santa malagueña) no es tal imagen, ni plástica ni iconográficamente completa, sin el bello revestimiento natural (bordados y joyas) que la define y sublima en todo su realismo y espléndida hermosura procesionista.
Es obvio que el atuendo de las Vírgenes Dolorosas malagueñas ha evolucionado con el paso del tiempo, adaptándose al gusto estético de cada momento con lo que ha ido imprimiendo una nota más de naturalismo cotidiano a las imágenes procesionistas. Así, concretándonos a la Virgen de la Esperanza, ni la ropa, ni su color, ni, sobre todo, la disposición del “tocado” fue siempre como ahora. En efecto, con tan sólo repasar ligeramente las viejas fotografías de principios del siglo XX, comprenderemos con facilidad los radicales cambios habidos en este sentido, aún siendo la misma talla.
De esta forma, la imagen de la Virgen de la Esperanza se procesionaba hacia el año 1906 sobre el denominado “trono de las estrellas” rigurosamente vestida de luto, con una holgada túnica y un manto negro de media cola, sin tocado ni “toca de sobremanto”, permaneciendo en gran manera el secular gusto de los sencillos y a la vez ampulosos ropajes de las Dolorosas de medio cuerpo del escultor granadino Pedro de Mena (1628-1688), esculturas de talla completa de gran proyección devocional en la Málaga barroca.
A partir de la segunda década del presente siglo, la imagen de la Virgen de la Esperanza fue paulatinamente barroquizando su indumentaria al estilo de la Virgen Macarena de Sevilla, según se reflejaba con insistencia en la prensa malagueña de entonces tal y como ya se ha reseñado. Un elemento muy característico de aquellos años fue el pecherín o “corpiño” postizo, en el que se exhibían numerosas joyas, la mayoría donadas o prestadas por cofrades y particulares, así como también en la nueva corona imperial (que suplía a la modesta ráfaga metálica de comienzos de la centuria).
Al mismo tiempo, sabemos que en 1916 la imagen de la Virgen de la Esperanza sustituyó el luto riguroso del común de las Dolorosas malagueñas por tonalidades más alegres y vistosas, luciendo en la Semana Santa de ese año, “un rico palio de terciopelo verde, bordado en oro fino y construido para esta Hermandad por la importante fábrica valenciana de José Quinzá Guerrero, así como estrenará esta imagen, también bordados en oro, un valioso vestido de raso blanco y un regio manto de terciopelo verde, artísticas obras también de la misma casa valenciana, regalos hechos por suscripción de distinguidas damas malagueñas“.
Ya en los años de la posguerra se va a cuidar de forma muy especial el tocado de la Virgen de la Esperanza, pasando de unos postulados malagueños inspirados en el ya mencionado arte de Pedro de Mena (Dolorosas con velo y manto sobre la cabeza en paralelo y rígido plegado que enmarca y a la vez constriñe verticalmente la cara al crear una sola visualización frontal de la misma), a unos criterios estéticos claramente sevillanos en los que se mezcla el traje de corte que surge a fines del XVIII y se prolonga durante casi todo el XIX (saya, corpiño, manto) con elementos más antiguos (tocados y tocas de sobremanto), tomados de la época de Cristo y del mundo medieval (órdenes religiosas femeninas y mujeres de cierta edad, con especial preferencia hacia la toca que cubre por completo la cabeza).
En este sentido es acertada la opinión de Palomero Páramo al afirmar que “el tocado adoptado por las Dolorosas sevillanas a partir del primer cuarto del presente siglo es la versión hispalense del “schebisim” que la mujer judía usaba en Nazaret, realizándose ahora con una mantilla española en cualquiera de sus versiones -Goya, toalla y pico grande-, aunque la complejidad e inconveniente que entraña su plegado y recogida en el pecho de la imagen ha promovido su sustitución por tiras de encaje al ser más fáciles de manejar y de disponer“.
Sin duda alguna, la indumentaria actual de las imágenes marianas de las Cofradías y Hermandades de Pasión, aunque es convencional y ecléctica al entremezclarse lo profano con lo religioso y lo cortesano con lo popular, es uno de los grandes aciertos del procesionismo semanasantero del siglo XX, sobre todo en Andalucía (con su centro en Sevilla), siendo una manifestación artística tan válida e importante como la propia talla (a pesar de su condición efímera y mutable), al ser un compendio de refinamiento, buen gusto y piedad que se hace fácil y sensible para una mejor lectura y comprensión iconográfica de la devoción popular.
Así, pasados los primeros años de la década de los cuarenta en la que la Virgen de la Esperanza se procesionó con atuendo de gran sencillez por las conocidas circunstancias en que se encontraba la ciudad de Málaga (tan sólo con una mantilla de encajes en la cabeza rodeada con un simple halo circular con doce estrellas, y recogido al brazo un manto verde sin bordados), a partir de 1945 se iría operando progresivamente un cambio notorio, con un claro acercamiento y aceptación definitiva de la estética sevillana (a igual que el resto de las Dolorosas malagueñas), hasta alcanzar su máximo grado de elegancia en torno a la década de los años setenta, manteniendo ya tan cualificado nivel de ornamentación hasta nuestros días. Y todo ello gracias a un buen escogido grupo de “artistas” (vocablo en toda su acepción) que desde los años de la posguerra hasta hoy, han contribuido y siguen contribuyendo con su habilidad, duende y destreza a realzar la belleza de nuestra bendita y querida Virgen de la Esperanza, valorando positivamente al anónimo artista del siglo XVII que la labró y, sobre todo, contribuyendo con su “especial arte” a su mayor devoción. Es, por tanto, justo que se recuerde en estos momentos sus nombres por tan cualificado y a la vez trabajo de exorno en torno a la Esperanza Coronada. Son por orden de antigüedad, los siguientes: Antonio Bujalance, Lola Carrera de Gómez Raggio (“Nazareno Verde”), Manuel Mendoza Ordóñez, María Dolores Ruiz del Portal, Maria Isabel Cazenave Quero, Maria Isabel Castilla Farelo, y en la actualidad, Juan Francisco Leiva Aguilar.
Ahora bien, dentro del arte de “vestir a la Virgen”, aunque todo el arreglo de su vestimenta es tarea difícil y complicada, lo es mucho más la realización del tocado que enmarca su rostro y constituye, según ya se ha mencionado, la prenda más complicada y peliaguda de colocar. Sin duda alguna, una de las más bellas descripciones que se han escrito sobre tan engorrosa labor de “vestir a la Virgen”, ha salido de la grácil pluma del conocido “Nazareno Verde” que, por haber llevado sobre sus hombros durante muchos años tan responsable misión de “adecentar a la Señora, la Virgen de la Esperanza, para acompañar a su Hijo“, no nos resistimos a exponerla aquí, sirviendo a la vez como justo y cariñoso homenaje a todos los malagueños (y fundamentalmente los cofrades en particular) al cada vez más numeroso grupo de “artistas vestidores” de nuestras Dolorosas que, con su paciente y amoroso trabajo, hermo sean y dignifican al máximo la religiosidad procesionista del pueblo de Málaga. Dice así:
“La imagen comienza a ser desnudada por las camareras hasta dejarla en “devanadera”. Pero, jamás se verá el entramado de madera y lonas con lo que va compuesto este artilugio, ya que pegado a él lleva un forro de tela en forma de enagua, el cual nunca se desprende de la imagen. Solo en caso de restauraciones o arreglos especiales. Una vez colocada la camisa y enaguas, abrochados los botones, ajustados presillas y lazos, se le pondrá (siempre con alfileres), primero el pecherín o corpiño, luego los manguitos y después las mangas, para terminar con la falda y el cinturón, fajín (si es que lo lleva), o cinturilla. Hecho todo este arreglo vendrá el peinado. La cabellera suelta (el pelo llega a mitad de la espalda), es cepillada cuidadosamente, peinada con todo amor y esmero, para terminar haciéndole un moño bajo, sujeto con horquillas y envuelto en una fina redecilla para evitar que se caiga el rodete.
Cuando la Virgen está vestida, ya pueden entrar los hombres, el paso es libre y abierto el “stop” que existía mientras a la Señora la estaban poniendo más guapa todavía.
Hasta aquí, como podemos apreciar, cualquier persona puede vestir a la Virgen, pero es ahora después de esta ceremonia cuando viene la parte delicada y difícil, y lo que hará que esa imagen tenga personalidad y cierto sello maestro. “Hacer el tocado“, el acto más trabajoso y responsable en cuanto a la vestimenta.
Muchas veces escucharemos decir “Quien viste a tal o cuál Virgen?. “Vestir a la Virgen”, en el argot cofradiero, no es ponerle la saya o la ropa interior que eso cualquiera lo hace.
“Vestir a la Virgen” es saber ponerle el tocado, colocarle la toca y la corona, y hacerle bien los pliegues del manto. Ahí está la explicación del arreglo y ahí reside la gracia. La persona encargada de esta tarea empezará a luchar con quince o veinte metros de encajes, mantillas, puntillas de oro, alfileres,… Esta persona tiene que ir enmarcando el rostro de la Señora, “haciendo el pecho” de bullones, de rizos, cruzado… ¡la locura !
Solo el que viste a una Virgen sabe el trabajo que supone esta tarea.
Labor de paciencia el tocado de la Virgen. Letanía malagueña-andaluza que seguramente le hará sonreír a María allá en el cielo. La Virgen ya lista -con pañuelo y rosario en sus manos- solo espera ser llevada al trono en donde el manto, la toca y la corona le será puestos por la misma persona que hizo el tocado.
Cuando toda esta ceremonia ha terminado -y antes de su traslado al trono-, se le reza el rosario o alguna oración, y nadie de los allí presentes -nadie- se acordará al verla que la imagen es de “devanadera” forrada, o que lleva tantos o más alfileres, o que puede hacerse este o aquel apaño para ocultar algún defecto. La Señora está lista para acompañar a su Hijo por las calles de Málaga.”
Así, la efigie de la Virgen de la Esperanza alcanza, como imagen procesional de devoción, su máximo realce artístico y, por tanto, su perfecta valoración iconográfica, en el momento en que “ya está lista para acompañar a su Hijo“, es decir, cuando se dispone a recibir el solemne culto callejero por parte de sus cofrades esperancistas y por el pueblo malagueño en general, o lo que es lo mismo, el día grande y señalado de la procesión penitencial (noche del Jueves Santo y madrugada del Viernes Santo).
Es el día radiante en el que se nos presenta con mayor belleza y hermosura a la Virgen de la Esperanza. Nos la imaginamos, pues, rutilante y esplendorosa con su suntuosa corona imperial de oro, sensible símbolo de su realeza aún en medio de su dolor, ya que nos gusta contemplarla como Corredentora y Reina a la vez, coronada por el amor de sus hijos redimidos (“Reina y Señora de todo lo creado”). Y por debajo, cubriendo su cabeza y espaldas, la preciosa y delicada toda o mantilla de malla dorada, colocada sobre el monumental manto barroco de procesión en terciopelo verde, profusamente bordado por las artísticas manos de las religiosas adoratrices de Málaga, toda una “espléndida catarata de oro de ritmos ondulantes” para ensalzar a la más agraciada y sublime criatura, la Madre de Dios hecho hombre, la Virgen de la Esperanza, cuyo fino rostro se valora plásticamente con gran acierto con el complejo y barroquizante entramaje de su magnífico “tocado en pico”, que cubre con virtuosísticos plegados de encajes gran parte del pecherín o corpiño, y en el que tan sólo aparece una significativa joya: un precioso alfiler de oro con el nombre de ESPERANZA y un ancla, atributo iconográfico de su concreta y a la vez consoladora advocación mariana. Igualmente sobre el cíngulo o fajín rojo anudado con exquisito gusto en su parte delantera y rematada en sus extremos por sendos borlones dorados, se sitúa una nueva muestra de orfebrería a modo de joya: un vistoso ancla en oro con el lema ERES NUESTRA ESPERANZA. Finalmente, la suntuosa saya blanca de tisú de plata, soberbia pieza de auténtico “bordado de realce” en seda y oro ejecutada en los talleres sevillanos de Esperanza Elena Caro, con su juego de mangas y cinturilla, cierra el capítulo del artístico atuendo procesional de la Virgen de la Esperanza, con cuya descripción aproximada completamos el estudio formal e iconográfico de tan popular imagen de la Semana Santa malagueña.
Agustín Clavijo García