Advocación de la Virgen de la Esperanza
La advocación mariana de Nuestra Señora de la Esperanza, conocida también como Virgen de la O(1), es una de las más extendidas a lo largo y ancho del mundo, acompañando el título de Esperanza a numerosas representaciones de la Virgen.
Es este un nombre bello por sí mismo, lleno de atractivo, coronado, por si fuera poco, por una constelación de mitos(2), leyendas y tradiciones que le dan plena vigencia.
Hasta el siglo VII la iglesia de España no celebraba más que una festividad mariana pero que abarcaba a todas las demás: la Maternidad Divina o la “Fiesta de Santa María” como se la llamaba sencillamente. Así lo podemos apreciar en los antiguos calendarios mozárabes.
La fiesta de la Virgen de la Esperanza se celebra desde tiempos muy antiguos, siendo establecida litúrgicamente en el célebre Concilio X de Toledo (656) donde trataron con toda solemnidad los Padres esta cuestión, tomando parte en este asunto tres grandes Santos: San Eugenio III, San Fructuoso de Braga y San Ildefonso.
Este Concilio dictaminó un decreto por el que se establecía que para dar mayor solemnidad a esta fiesta mariana de la Maternidad Divina “se celebre el día octavo antes de Navidad del Señor y se tenga dicho día como celebérrimo y preclaro en honor de su Santísima Madre“, celebrándose por tanto la festividad el 18 de diciembre, momento en el cual la Virgen está en sus últimos instantes de “buena espera” (Expectación del parto de Nuestra Señora).
Con esto los obispos querían resaltar la fiesta de la Encarnación del Verbo en el Seno de María (25 de marzo) y el estado de buena esperanza de María, que por caer muchos años en plena Cuaresma, no permitía celebrar con el debido esplendor estos Misterios. Este decreto aludía a que este día ya se celebraba así en muchas otras Iglesias, pero que para estar de acuerdo con la Iglesia Romana, que lo celebra el día 25 de marzo, se continúe también celebrando aquel día. Desde esta fecha fue la fiesta más solemne que en honor de la Virgen Maria se celebraba en España y de aquí pasó a otras Iglesias.
También en el cristianismo la Esperanza es una de las tres Virtudes supremas (junto con la Fe y la Caridad) de manera que su ausencia produce por sí misma la condenación irremisible.
Todo el tiempo de Adviento es tiempo de “Esperanza” en el Mesías que ha de venir a salvar a la Humanidad.
Los Profetas y Padres del Antiguo Testamento procuraban mantener siempre encendido el fuego de la esperanza en el Mesías venidero. Se oía una voz que decía: “Alegraos en el Señor y de nuevo os lo repito, alegraos, con una alegría inextinguible, porque el Señor esta cerca“. Y otra con acentos mas impacientes: “Alégrense los cielos, salte de gozo la tierra y vosotros, montes de Israel, extended vuestras ramas, cubríos de flores, vestid vuestro ropaje de fiesta… Regocijaos con Jerusalén todos los que la amáis porque he aquí que yo me acerco a ella como un río de paz y como un torrente que inunda de gloria a las gentes“.
La esperanza es una virtud que acompaña al pueblo de Israel a lo largo de toda su historia. El pueblo de Dios tenía clara conciencia de su pecado y de que Dios remediaría su situación. Ahí están los primeros capítulos del Génesis: donde se origina el pecado y la muerte, allí mismo surge la promesa y la esperanza de la redención: “una mujer quebrantará tu cabeza” es la sentencia del Señor a la serpiente infernal.
El pueblo de Israel, alentado por las enseñanzas de los Patriarcas y Profetas, fue creciendo en la esperanza de que Dios le libraría de todos sus males y pecados enviándoles un salvador. Isaías, el profeta de la esperanza, les decía: “De antemano yo os anuncio el futuro…Escuchadme los desanimados que os creéis lejos de la victoria: yo acerco mi victoria, no está lejos; mi salvación no tardará, traeré la salvación a Sión…“.
Pero entre todos los hijos de Israel la que más intensamente vivió la esperanza y ansió el cumplimiento de las promesas fue María. Los Santos Padres nos la presentan en oración, absorta en Dios, cuando recibe la visita del arcángel San Gabriel, pidiendo al Altísimo la pronta llegada del Mesías Salvador. Consciente de su pequeñez bendecía al Señor de quien se sentía esclava. Glorificaba al Señor por su infinita misericordia con los pobres y los humildes. Y, sobre todo, agradecía al Altísimo que hubiese cumplido las promesas que durante siglos habían alentado al pueblo descendiente de Abraham.
Pero María, por ser madre del Redentor y por voluntad del Padre, se convierte en fuente de Esperanza para el nuevo pueblo de Israel. Así lo proclamamos cuando recitamos la salve: “Vida, dulzura y Esperanza nuestra“; en Ella depositamos nuestra esperanza de salvación. Y pensando en su maternidad salvadora, la Iglesia canta: “Nos devolvió la esperanza de vida, que Eva pecando nos quitó” (Vísperas del 22 de agosto).
Ella es, pues, la Esperanza de nuestra salvación en medio de las dificultades de la vida. En la Salve Regina, que con el Padre Nuestro y el Ave María forma el tríptico de las primeras oraciones del cristiano, se proclama a María como nuestra más sólida esperanza. Y así, el Vaticano II no duda en proclamarla Signo de Esperanza, que precede con su luz al pueblo de Dios peregrinante en esta tierra, hasta que llegue el día del Señor.
Notas
1. El sobrenombre de “Virgen de la O” le viene porque en el rezo de Vísperas de “La Liturgia de las Horas” (plegarias que realizan los sacerdotes, monjes y religiosos) se cantan desde el 17 de diciembre hasta Navidad, 7 antífonas, una para cada día, dedicadas a Jesús y que empiezan por “OH!”: oh sabiduría, oh Señor, oh retoño de Jesé, oh llave de David, oh Oriente, oh Rey y oh Emmanuel.
Antiguamente, las antífonas empezaban el 18 de diciembre, y como que acompañaban al Cántico de María, de allí que aquél día fuera conocido como el día de María de la O. Recuerda que las antífonas son textos breves que preceden normalmente a salmos y que le dan un modo musical. En las misas que se celebran del 17 al 23 de diciembre, las antífonas acompañan al “Aleluya”.
2. Que uno de los títulos de veneración de la Abogada por excelencia de la Humanidad ante la divinidad, sea la Esperanza no es cosa de ahora, ni es cosa únicamente del cristianismo.
Ya entre los griegos la Esperanza (venerada bajo el nombre de Elpís) era una divinidad alegórica que pasó a los romanos con el nombre de Spes. Era hermana del Sueño (Hipnos), divinidad también alegórica que deja en suspenso nuestras penas. Cuando Epimeteo abrió la Caja de Pandora, que según una tradición contenía todos los males, y según otra más verosímil, todos los bienes que, como tenían alas, salieron volando. Y al cerrar de nuevo la caja, ya sólo quedaba dentro de ella un bien: la Esperanza. Por eso bien dice el refrán que “La esperanza es lo último que se pierde”.