Se cumplen 24 años de la entrega del fajín Real a la Virgen de la Esperanza

Le efeméride coincide con el aniversario de la visita de la Infanta Elena de Borbón a la Archicofradía. Acto que culminó con la entrega del fajín Real de su padre Don Juan Carlos de Borbón. A continuación, la transcripción íntegra del texto que publicó el cronista Antonio Garrido Moraga en el boletín de febrero de 1994.

“Año de 1930 y los reyes una vez más en viaje por esta Andalucía de los cotos de caza de la Francia, nobleza fidelísima al trono de Fernando III el Santo que ocupó las tierras cordobesas y coronó con la cruz de la fortísima torre de la Giralda. La Andalucía de las incomparables puestas de sol en las marismas de Doñana, del azar en primavera de la miseria y de los jornales de hambre del gazpacho para aguantar de sol a sol de los canónigos y dignidades de sus catedrales de la Semana Santa. Hace años que las monarquías europeas bailaron el último vals y que el águila bicéfala de los Romanov fue arrancada de las verjas del Palacio de Invierno; hace años que los Habsburgo no pasean por las calles de Viena el uniforme blanco y rojo con galones dorados, y el Kaiser morirá en el exilio. Un viento de revolución ha barrido siglos de armiño y tronos de derecho divino.

Año de 1930 y Semana Santa. El Rey ha decidido que Jaime Leopoldo Isabel Enrique Alejandro Alberto Víctor Acacio Pedro Pablo María, Infante de España, presida la procesión más popular de Málaga

Todo ha cambiado tanto que la Infanta Isabel la Chata se siente desplazada y perdida cuando mira el mapa y recuerda un ayer tan próximo y al mismo tiempo tan lejano. Han llegado otros tiempos y no mejores. En España, pese a todas las convulsiones, que no han sido pocas, y pese los nubarrones que se dibujaron en lontananza, sigue reinando la Católica majestad de Alfonso XIII de Borbón y Austria, auténtico crisol humano dónde se han fundido las dos estirpes que disputaron el pueblo ensangrentando las tierras del continente durante siglos. El rostro pálido del Rey tiene la nariz borbónica junto al protagonismo austriaco. Su esbelta delgadez acompaña con esa mirada burlona y un punto desconfiada que nos sorprende, socarrona en el Teatro que Goya hiciera a aquel infatigable cazador que fue Carlos III.

Año de 1930 y Semana Santa. El Rey ha decidido que Jaime Leopoldo Isabel Enrique Alejandro Alberto Víctor Acacio Pedro Pablo María, Infante de España, presida la procesión más popular de Málaga, la procesión del Dulce Nombre de Jesús Nazareno del Paso y María Santísima de la Esperanza. Será un motivo de alegría para el joven de 22 años lucir su esbelta figura en un acto tan devoto, en una manifestación de tan entrañable y secular. La Casa Real ha pedido los uniformes pertinentes a la Archicofradía, de la que la Reina es camarera de honor, une a su antigüedad un fervor popular que se desborda en la cepa esencial del Nazareno que bendice a todos desde la plaza y la alegría incontenible de la Esperanza, la Virgen del Amor al pueblo, la más hermosa, la más antigua, la del manto verde y la cara de niña, la del romero en la madrugada del Jueves Santo. Sí, el infante se ha alegrado mucho de la designación paterna. Está acostumbrado al dolor y, cuando es feliz, goza más que cualquiera. Él conoce bien la ciudad y los malagueños han podido ver su gallarda figura de paseo en los inviernos calmos de la Málaga que un poeta ha llamado del paraíso. El destino de la Real Familia tiene prontos trágicos. La sangre de Hesse ha quebrantado los frutos de aquel matrimonio por amor de un rey joven, nervioso y empedernido fumador, con la princesa más hermosa que se puede imaginar, con Ena, la de los cabellos de oro, de la mirada nítida la que se tapaba la cara con el abanico las terribles corridas de toros, la que nunca termino de comprender bien a esos españoles tan apasionados. A la reina le gustaba mucho pasar los febrero en esta ciudad que, además, tenía una colonia británica ilustrada y nos apunta una tierra cosmopolita y abierta. Aquí llevaba una vida más reposada. Entraba y salía a pasear por la carretera de la costa, jugaba al tenis, tomaba el té, comía como un huésped más y bailaba. La reina era aficionado a la danza. El problema estaba en encontrar una pareja de su altura.

El infante tenía sus ojos de melancolía viendo las armonías y los giros al son de la música que no podía oír y, menos, escuchar. De vez en cuando se dejaba enlazar por los brazos de alguna muchacha y soñaba que se deslizaba lo comparto en fox. Después se daba cuenta de que más que bailar, había insinuado una caricatura de giro, y se sentaba con una lágrima en los ojos al lado de la comprensiva duquesa de Montpensier. Una noche se acercó un grupo en el que estaba la bellísima Lía Esteban, que después fue marquesa del Zarco y lo paso muy bien repartiendo cigarrillos egipcios, enseñando una pitillera muy bonita de esmaltes y haciendo preguntas como ¿Quién sucedió a Recaredo? o quién era el padre los hijos de Zebedeo? El infantes  es aplicado y sabe muchas cosas de Geografía e historia. El grupo es más experto en golf, y bridge, y el diapasón agudo de risa el príncipe llena la estancia cuando nadie es capaz de responder. Son sus pequeñas alegrías, inocentes con su alma de niño grande de 1,90, el hijo que más se parece físicamente al rey. Solo por ello se siente orgulloso de que tendrá que representarlo muy bien serio y derecho, como un huso que le ha enseñado el protocolo pero afable en los ojos y la expresión.

Sabe que va a presidir la historia viva de la Semana Santa. Debe elegir bien un informe, algo vistoso y acorde con la secular hermandad. De pronto ha recordado un cuadro que hay en el Senado, un óleo que representa el capítulo de las Órdenes Militares de España y que le gusta especialmente. Los caballeros tiene eco de época medieval, él es de Calatrava, la más antigua de todas las órdenes. Una vez le contaba la historia. Corría 1157 cuando los almohades se dispusieron a invadir la cuenca del Guadiana y los templarios, que tenía el castillo de Calatrava, no se  sintieron seguros y lo devolvieron al rey Sancho III. Este mandó pregonar que daría la plaza a quien resistiera el envite… Sí, recordaba antiguos grabados de guerreros con hábito blanco del Císter, con escapulario debajo de la túnica y cosida en una arpillera que asomaba por el cuello. Después vendría la Cruz Roja de brazos iguales terminados en flores de lis, muy abiertas. El llevaría uniforme y también la banda de Isabel la Católica y el Toisón de oro. Le había impresionado lala belleza singular de la Virgen de la Esperanza y, de alguna manera era un caballero enamorado de la Madre sin mácula que seguía a su Hijo en la cruz o en gentío de gente que la clamaba, que la piropeaba para hacer más llevadera su dolor. El infante ocupó su lugar en el desfile, lo rodeaba su profesor el señor Antelo, el conde de Puerto Hermoso, el general Carranza, el marqués de Valdecañas, el de Novaliches, el deán la Catedral, el gobernador civil, don Ricardo Gross, de Antonio baena… La procesión discurría por unas calles de sueño y un trágico caballero Calatravo la presidía. Llevaba los ojos de la Esperanza en el corazón y no se acordaba de las dolorosas cura del doctor Moore en Burdeos. Sus ojos castaños claros y limpios, brillaban intensamente.

Es diciembre de 1993, el mes de la Virgen de la esperanza, y reina en España la Majestad Católica de Juan Carlos I de Borbón. El Rey ha tenido a bien designar Elena María Isabel Dominica de Silos, infanta de España, su hija, para que deposite su fajín de capitán general de los ejércitos a las plantas de la Virgen y renueva la tradicional y secular vinculación de la Hermandad más representativa de la ciudad con la Casa Real a la que siempre guardó fidelidad. Incluso en tiempos difíciles. Son estos los que vivimos, días mucho más felices pero iguales, a aquellos lejanos, en la devoción de todo un pueblo a la Virgen niña, a la Virgen de Málaga, a la que se rinde el homenaje.

 

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