Luis Ignacio

Me dijo hace quince días refiriéndose a sus nietas: “las he traído para que lo vivan”. La cosa iba de madrugar un domingo para una cruceta extraordinaria en la que se tanteaba la posibilidad de meter el trono de la Virgen por una calle inédita y luego desayunar, todos juntos, chocolate y churros. Y él, naturalmente, estaba allí para que nadie tuviera que contárselo, para vivirlo con sus dos nietas de la mano.

He conocido personas más dedicadas en cuerpo y alma al quehacer cofrade o que le hubieran echado más horas a la Cofradía. Pero en muy pocas he visto, sostenido a lo largo del tiempo, más devoción por la Virgen de la Esperanza y más amor y pasión por una Cofradía que antepuso siempre a otras muchas cosas.

Porque todos los Luis Ignacio que he conocido en más de 50 años, (el corredor de medio fondo, el profesor universitario, el cirujano taurino, el conversador nato, el cazador en la sierra de Alhaurín, el propietario del Mini Cooper rojo que cuidaba como la reliquia que realmente era, el antiguo alumno de los Agustinos, el que te hacía siempre el favor que le pidieras…) no superaron nunca en intensidad ni en sentimiento al cofrade esperancista por los cuatro costados que, sobre todas las cosas, siempre fue.

Y así se ha ido junto al Señor del Paso y la Virgen de la Esperanza, dándonos sin saberlo ni pretenderlo, el ejemplo impagable de transmitir a sus nietas el mismo amor y entusiasmo por la Cofradía que él recibió de sus mayores.

Carlos Ismael Álvarez

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