La custodia de Antonio Bujalance

El esplendor con que antaño se celebraba en Málaga la festividad del Corpus Christi es difícil de comprender por las generaciones actuales que asisten hoy a su atonía y decadencia.

Expresiones como “esto es más grande que el Día del Señor” o la de “los tres jueves en el año que relucen más que el sol”, son vestigios que han quedado en la memoria colectiva de la importancia y la solemnidad con la que en toda la Iglesia, y naturalmente en esta ciudad, se celebraba cada año la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Toda la Iglesia malagueña, articulada en parroquias, congregaciones, órdenes religiosas, cofradías o colegios, se sumaba a la celebración y de una forma u otra participaba activamente en la misma desde la víspera, asistiendo a los autos sacramentales que se representaban en el atrio de la Catedral, visitando los altares que jalonaban el itinerario de la procesión (era costumbre fotografiarse ante ellos) o presenciando a los fuegos artificiales que tenían lugar la noche anterior.

La procesión, que naturalmente salía por la mañana, era un acontecimiento que presenciaba una multitud de fieles que entonaban motetes o himnos eucarísticos. El suelo se alfombraba de juncia, las calles se entoldaban con velas de arpillera y cubrían la carrera por donde transcurría la procesión soldados del Regimiento de Infantería Aragón 17 y de la Escuela de Observadores del Ejército de Aire.

La Comisión de Cultos de la Agrupación de Cofradías era la encargada de montar dos altares, uno al fondo de Puerta del Mar y otro ante la estatua del marqués de Larios, donde el cortejo procesional hacía estación (posa, en el lenguaje popular), y el prelado se dirigía a los fieles a los que, desde allí, impartía la bendición con el Santísimo. En 1949 nuestra Archicofradía aceptó el encargo de la Agrupación de alzar este último altar, ocupándose del diseño y la dirección del montaje el secretario de la junta de gobierno de entonces Antonio Bujalance Soto.

Bujalance diseña un altar monumental, hecho a la magnitud que requiere la perspectiva de una calle Larios que lo enfila

Verdadero gerente y factotum de la Archicofradía durante casi veinte años, Bujalance diseña un altar monumental, hecho a la magnitud que requiere la perspectiva de una calle Larios que lo enfila, y elige como motivo eucarístico un ostensorio compuesto por distintos enseres procesionales que la Corporación, que está iniciando en esos años su reconstrucción, acaba de estrenar, resultando una arquitectura efímera de proporciones colosales, aunque armónica y equilibrada, muy en la línea y en la estética esperancista de la que siempre fue un defensor a ultranza

Ante un repostero con dosel, tejido con ramas de ciprés, se alzaba el ostensorio cuya traza, conforme a los cánones de la orfebrería religiosa, se organiza sobre un pie o peana, que es la Santa Teresa sedente del frontal del trono, de la que arranca el ástil compuesto con tres barras de palio del trono de la Virgen de la Esperanza. El sol, de 55 rayos rematado por una cruz, está ejecutado con la hachetas procesionales cuyas bolas y palmatorias se alternan a fin de dar movimiento al conjunto, que resulta sereno y grandioso.

Como las barras de palio tienen una altura de 3,60 metros, puede calcularse que la custodia medía casi 11 y que el conjunto, con la tarima, el altar y el repostero se alzaba a 15 metros sobre la rasante de la calle. En la fotografía pueden observarse como otros elementos del trono de la Virgen fueron utilizados para ornato del altar, como sus esquinas con los arbotantes de 16 tulipas que entonces tenían una apariencia caramelosa, mucho más oscura que el ámbar actual, o  las columnas salomónicas que flanquean las alegorías de la fe y la caridad. Tras el mismo puede verse a la izquierda la desaparecida calle de Los Carros con el tejado del Cuartel de la Parra en primer término, el solar tapiado del destruido palacio de los Larios y parte de la matrona del monumento al Marqués.

Este altar del Corpus causó sensación en aquella Málaga enlutada y tristona de los años cuarenta del pasado siglo y en la memoria de varias generaciones de nuestros cofrades ha quedado como “La custodia de Antonio Bujalance”. Su posible reproducción en alguna ocasión conmemorativa o la narración por parte de quienes lo vieron de las circunstancias y anécdotas de su ejecución, ha constituido siempre un recurrente motivo de conversación en nuestra casa-hermandad.

El desenlace de esta historia es viva actualidad. Al fin se ha pasado de las palabras a los hechos, y la ilusión, ese fiable motor cofrade, ha movido y aunado voluntades, recursos y, sobre todo, ganas de hacer cosas por parte de quienes consideran que los cargos, libremente aceptados, obligan.

una reflexión sobre lo que fueron capaces de hacer por la Archicofradía los cofrades que nos precedieron con muchos menos recursos de los que ahora disponemos

El soberbio remake de la custodia de Antonio Bujalance realizado por la albacería de la Archicofradía para los cultos cuaresmales al Dulce Nombre de Jesús Nazareno del Paso es, además de toda una declaración de identidad (de que somos los mismos estemos los que estemos  en cada época o momento),  un ejemplo de los logros que pueden alcanzarse cuando el principal activo de una cofradía, sus hermanos, son respaldados desde arriba y ponen al servicio de ella imaginación, disponibilidad, esfuerzo y hasta valor para trabajar a muchos metros sobre el suelo. Y también una reflexión sobre lo que fueron capaces de hacer por la Archicofradía los cofrades que nos precedieron con muchos menos recursos de los que ahora disponemos.

El altar de cultos que estos días puede verse en la Basílica de nuestros Titulares ha sido alzado en alabanza de Jesús del Paso. Pero, en cierto modo, es también un homenaje a aquella formidable generación de cofrades, la de Antonio Bujalance Soto y tantos otros, que, en circunstancias hoy inimaginables, reconstruyeron la Archicofradía desde la nada y transmitieron incólume a los que les sucedimos su impronta, su estética y sus maneras.

 

Carlos Ismael Álvarez

Twitter @pasoyesperanza

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