“Dios y el Mal”, por Andrés E. García

Quisiera abordar un tema fundamental, pues a todo ser humano le golpea la realidad del mal, el sufrimiento y la muerte lo cual lleva, necesariamente, a la pregunta por la fe en un Dios bondadoso y providente y su compatibilidad con el escándalo del mal. A mí mismo me han llegado a preguntar cómo es posible que crea en Dios si mi sobrina murió de cáncer con tan sólo tres años y medio.

 

Antes de comenzar, me gustaría empezar señalando que es necesario acercarse a esta realidad con humildad, descalzándonos, pues tocamos el suelo sagrado e íntimo del Misterio. No pretendo dar una respuesta completa, pues no tendría sentido, sino intentar aportar algo de luz desde la fe en Jesucristo.

En primer lugar, debemos tener presente que la mayoría de las personas parten de una noción errónea de la omnipotencia. Piensan que Dios puede hacer absolutamente todo. Sin embargo, ser omnipotente significa poder hacer todo lo que es lógicamente posible. Por ejemplo, Dios no podría crear un círculo cuadrado o una piedra tan pesada que ni Él pudiera levantar. Pensar así, además de pueril, supone retorcer la lógica hasta llegar al absurdo.

Con la cuestión de “lógicamente posible” no me refiero a que Dios no pueda hacer cosas que excedan nuestra capacidad racional, sino que no puede hacer lo absurdo.

 

Desde la Sagrada Escritura hasta la teología cristiana, se habla de cuestiones que Dios no pueden hacer. Dichas cuestiones no son un menoscabo de su omnipotencia, pues son elementos ilógicos (=enunciados vacíos). Por tanto, son elementos que no tienen sustancia, realidad.

 

Así pues, hay dos tipos de cosas que no pueden ser hechas por Dios. La primera, actuar contra su naturaleza. Por ejemplo, Dios no puede pecar (ir contra sí mismo, alejarse de sí). Cf. Heb 6,18: “Es imposible que Dios mienta”, o pasajes como 1 Sam 15,29.

 

Con respecto al segundo tipo, Dios no puede hacer algo ilógico (que no es lo mismo que decir algo que esté más allá de nuestra razón). Algo ilógico es un enunciado vacío. Por ejemplo, Dios no podría hacer un círculo cuadrado, porque el predicado contradice al sujeto.

Tampoco podría crear a un hombre casado y soltero a la vez. O, como dijimos antes, no podría crear una piedra que ni Él mismo pudiera levantar. Si la crea y no la puede levantar, no sería omnipotente. Si no puede crearla, no sería omnipotente. Es lo que se llama la paradoja de la omnipotencia.

Como pueden ver, esa paradoja es un pensamiento falaz. Por tanto, no es que la omnipotencia tenga restricciones, sino que no puede hacer aquello que simplemente es un enunciado vacío. Es importante tener presente esto, pues a veces adoptamos la actitud irracional de niño caprichoso. Dios es un ser racional, sus obras exceden nuestra razón, pero no pueden ser ilógicas. Santo Tomás afirma:

 

Otro error común es el concepto de creación. La gente suele pensar que Dios creó –en pasado- y ahora se limita a contemplar lo hecho.  Sin embargo, la fe cristiana nos habla de creación continua. El poder creador de Dios se manifiesta en el dinamismo de un cosmos que se va desplegando y auto-organizando en formas más complejas (y esto es constatable científicamente). Desde un punto de vista filosófico y teológico, tiene mucho más sentido que Dios vaya desplegando progresivamente su dinamismo creador en un mundo en evolución, otorgando a la creación un papel activo, co-creador. Así pues, En un mundo en evolución, contingente y finito, es inevitable la presencia del mal.

 

El mal podemos –simplificando- dividirlo en dos tipos: el mal físico, inherente a la urdimbre de la creación, por cuanto que ésta es finita, contingente y evolutiva (enfermedad, muerte, catástrofes naturales).Todo forma parte del increíble y delicado equilibrio que hace posible la vida.

 

En efecto, así lo recoge el Catecismo de la Iglesia Católica:

 Pero ¿por qué Dios no creó un mundo tan perfecto que en él no pudiera existir ningún mal? En su poder infinito, Dios podría siempre crear algo mejor (cf  santo Tomás de Aquino, S. Th., 1, q. 25, a. 6). Sin embargo, en su sabiduría y bondad infinitas, Dios quiso libremente crear un mundo “en estado de vía” hacia su perfección última. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más perfecto lo menos perfecto; junto con las construcciones de la naturaleza también las destrucciones. Por tanto, con el bien físico existe también el mal físico, mientras la creación no haya alcanzado su perfección (cf Santo Tomás de Aquino, Summa contra gentiles, 3, 71). (310).

 

También debemos tener presente que el mal físico, por terrible que sea, no es absoluto, sino relativo, relacional y, como se ha dicho más arriba, forma parte del equilibrio de la Creación. Santo Tomás afirma:

Por otra parte, tenemos el mal moral, el que depende de la libertad humana. Este mal es incomparablemente más grave que el anterior. Como afirma el Catecismo:

 

311 Los ángeles y los hombres, criaturas inteligentes y libres, deben caminar hacia su destino último por elección libre y amor de preferencia. Por ello pueden desviarse. De hecho pecaron. Y fue así como el mal moral entró en el mundo, incomparablemente más grave que el mal físico. Dios no es de ninguna manera, ni directa ni indirectamente, la causa del mal moral, (cf San Agustín, De libero arbitrio, 1, 1, 1: PL 32, 1221-1223; Santo Tomás de Aquino, S. Th. 1-2, Q. 79, a. 1). Sin embargo, lo permite, respetando la libertad de su criatura, y, misteriosamente, sabe sacar de él el bien:

«Porque el Dios todopoderoso […] por ser soberanamente bueno, no permitiría jamás que en sus obras existiera algún mal, si Él no fuera suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir un bien del mismo mal» (San Agustín, Enchiridion de fide, spe et caritate, 11, 3).

Dios podría habernos creado sin libertad, pero además de convertirlo a Él en un dictador, nos convertiría a nosotros en autómatas sin personalidad y sin capacidad de amar                                                       .

Llegados a este punto alguien podría objetar, ¡eh! ¿pero por qué Dios no nos ahorra el sufrimiento y nos crea directamente en el cielo? A esta pregunta hay que responder haciendo alusión de nuevo al error en el concepto de omnipotencia. Crear un mundo en estado de vía –evolución- sin mal equivale a crear un círculo cuadrado. Que el cosmos esté destinado a transformarse en la vida misma de Dios (potencia) no quiere decir que pueda actualizarse inmediatamente (acto). Un ejemplo: un ser humano puede comerse un filete de ternera, pero no puede hacerlo en cualquier momento (un bebé no podría). Esa potencia se actualizará en el futuro. Por eso, que el universo esté destinado a transformarse en Dios no equivale a decir que esa transformación sea posible al principio del proceso.

 

A esto debemos añadir que, nuevamente, es una quimera pensar que podemos ser creados directamente en la presencia de Dios. Por dos razones: la primera; el ser humano es fruto de la evolución de su vida, con sus errores, aciertos y experiencias. Somos lo que somos por la manera de vivir que hemos tenido. En segundo lugar, eso anularía la libertad humana, pues Dios no obliga a aceptarlo. Él quiere vivir en comunión de amor con todos, pero podemos rechazar libremente esa oferta. Dios no se impone.

 

Por último, y más importante para un cristiano, Jesús. No llegamos a entender en su profundidad lo que significa la Encarnación. En ella Dios se ha unido con su criatura, ha compartido su camino. Dios, en Jesús, no vino a Marina d´ Or –ciudad de vacaciones, dígame-, sino que asumió nuestra naturaleza hasta las últimas consecuencias.

En efecto, nació en un establo, vivió toda su vida en pobreza y cuando se puso a predicar y a sanar fue traicionado por un amigo, fue brutalmente torturado, asesinado en una cruz, abandonado por la mayoría de los suyos y enterrado en una tumba que ni siquiera era suya.

Estamos tan acostumbrados a la Pasión que nos hemos insensibilizado. Ha perdido su verdadero significado. ¿Cómo podemos seguir preguntando dónde está Dios en el sufrimiento si nos ha respondido en su Hijo?

Dios, por tanto, hace camino con nosotros en medio de la alegría y el sufrimiento. La resurrección de Jesús no es solo algo que le afecte a él, sino que es causa y fundamento de la nuestra, anticipo de la victoria definitiva de Dios sobre el mal, el pecado y la muerte.

Victoria que atañe a todo el cosmos, pues el proyecto creador de Dios incluye, tras estos “dolores de parto” del proceso evolutivo, una transformación de toda la realidad. Es la transformación escatológica de todo lo creado en Cristo. ¡La salvación cristiana no es espiritualista!

Como afirma el Catecismo en el número 309, “no hay un rasgo del mensaje cristiano que no sea en parte una respuesta a la cuestión del mal”.

Ojalá lleguemos a captar la profundidad de esto, dejando atrás el concepto infantil de dios -hada madrina, genio de la lámpara, mayordomo nuestro- y contemplemos el rostro herido de amor de Jesús de Nazaret, Dios hecho hombre.

 

Andrés E. García Infante

Vocal de Formación.

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